Sé que el enfoque de este blog es muy personal y que, para algunas personas, resultará difícil comprender mi motivación. Por esta razón considero necesaria esta página que estás leyendo. Al final, cada uno decidirá vivir su mortalidad como quiera, ponerle el nombre que quiera o esconderse donde quiera hasta que llegue el momento de morir -que llegará-.
Mientras escribo este texto sigo sin estar seguro de haber encontrado la forma ni las palabras pero, como mínimo, intentaré explicarme. Es importante que entiendas el por qué llego a concebir el concepto de la muerte consciente a partir de mi experiencia y los pasos que he seguido para llegar.
Cabe decir, en primer lugar, que este texto debería haber sido el primero de todos los contenidos de este blog, pero definir lo que quería explicar ha resultado una tarea difícil, no por falta de significado, sino por la evolución personal que ha supuesto el mismo proceso que pretendo definir. Deseo que sea una idea que pueda servir a todas aquellas personas que, por cualquier motivo, toman conciencia de su muerte y deciden aceptarla.
Por último, el hecho de que yo sea parte activa de la misma definición hace que no pueda mantenerme ajeno ni ser objetivo, pues intento transmitir un proceso que yo inicié cuando me diagnosticaron un cáncer. De hecho, es un camino muy personal.
Algunas personas pueden haber aceptado a la Muerte como compañera de viaje después de un camino de crecimiento personal o de introspección, meditación, etc. En mi caso, también necesité el diagnóstico de un cáncer. Da igual, no importa la forma, lo más importante es llegar a aceptarla cuanto antes y no huir.
Así pues, al principio, morir conscientemente no significaba más que hacerlo con el más alto nivel de conciencia posible, viviendo el trance intensamente, como la experiencia personal, única e intransferible que es.
Ésta sería desde mi punto de vista la culminación ideal de todo el proceso: descubrir y aceptar a la Muerte dentro de nuestra vida y morir con los ojos abiertos y sintiendo cómo el cuerpo se apaga poco a poco hasta diluirse y desaparecer , cogiendo aire antes del salto definitivo. Morir bien vivo, sin que nada ni nadie pueda distraerme de ninguna sensación física o metafísica, de ningún pensamiento ni -incluso- del dolor que sea capaz de soportar. Quisiera despedirme de todo y de todos y permanecer solo, observando los cambios, y vivir con presencia mi muerte.
Pero, a medida que leía y escuchaba a otros, dando vueltas dentro de mi cabeza a la idea de morir conscientemente, me daba cuenta de que la experiencia de la muerte no se limitaba al momento estrictamente temporal de la muerte física. El concepto es mucho más amplio que esto.
En otras palabras, lo que iba a ser una experiencia personal e intransferible se convirtió en un asunto que me superaba como individuo. Y, de alguna forma, yo era el responsable de que así fuera.
Mi muerte pasó a ser algo que no sólo me afectaba a mí. Ya que, más allá de mi muerte, ese hecho seguiría impactando en la vida de las personas que, de una u otra forma, forman parte de mi entorno.
Así pues, desde el momento en que descubrí que era un ser mortal y lo asumí e integré como algo natural que no sólo les sucedía a los demás, inicié sin saberlo el camino de la muerte consciente. Inicié el duelo de mi muerte estableciendo mentalmente los pasos que me habían llevado hasta aquí:
Ahora sí, con esa actitud positiva, sincera y realista podemos convertir nuestro proceso en un espejo y en un aprendizaje para los demás. Podemos convertirnos en las personas que, con serenidad, guiamos hacia nuestra muerte a todos aquellos que nos rodean cuando, de hecho, no haremos otra cosa que acompañarles hacia su propia muerte.
Nosotros debemos aspirar a ser quien en el último momento -en nuestro lecho de muerte- cojamos la mano de quien nos acompañe, y poder transmitirle con una sonrisa -quizás invisible- un “no tengas miedo, todo estará bien”.
Llegar hasta aquí es un gran acto de generosidad hacia el otro, significa querer asumir cierta responsabilidad sobre el bienestar de las personas que nos rodean si ellas nos lo permiten y respetando a su vez su espacio, su miedo y su silencio.
La muerte consciente es un camino difícil y solitario, sin calendario ni plazos. Es un acto de amor y respeto, un ejemplo hacia la aceptación de la Muerte y una forma de dignificar la vida. Es el camino que he escogido y que ni siquiera sé si podré culminarlo con éxito.
Por último, parafraseando a Ana Carrasco-Conde, añadiría que: “[...] moriremos, sí. Pero, ¿y si el tiempo que nos resta aportamos algo a los demás? Y a la pregunta: ¿de qué sirve pensar la muerte?, poder responder serenamente que pensar la muerte nos ayuda a pensar la vida ya saber cómo queremos vivirla y qué significado le queremos dar”.
En definitiva, con una actitud positiva y sincera, podemos mostrar el rostro amable de saberse mortal. La muerte como proceso de maduración. Éste quizá sea finalmente el significado de una muerte consciente, y también de una vida consciente. Porque, ¿no son la misma cosa?"
Joan Ripoll |
Arenys de Mar (Catalunya)
| 2023